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  • Foto del escritorOhana Psycho

Por el interés te quiero Andrés

Las separaciones de pareja son, la mayoría de las veces, un trago amargo por el que probablemente nadie quiere pasar. Pero cuando ocurren y no hay vuelta atrás, lo más común es que las parejas dejen de convivir y cada uno continúe con su vida por su lado. Sin embargo, existen parejas que pese al distanciamiento deciden seguir viviendo bajo el mismo techo. ¿Por qué? Esta situación ocurre sobre todo cuando el matrimonio tiene hijos pequeños y el padre busca no perder el contacto con ellos, además de querer participar de manera más activa en su crianza. También se da cuando uno de los dos es dueño de la vivienda que habitan y no quiere dejarla. Independiente de la razón que tengan para hacerlo, los matrimonios que se separan y deciden seguir viviendo juntos cumplen con algunas características que de alguna manera les permite elegir ese estilo de vida. "Son parejas que tienen una relación de amistad, y que lo que les falla es la pasión y lo que tiene que ver en el fondo con el romance". De esta manera, tras distanciarse siguen siendo buenos amigos que crían niños en común. "No hay ninguna expectativa de que la cosa afectiva se retome y eso hace la posibilidad de poder convivir". En otras palabras, los conflictos que pudieran haberse generado entre ellos no tienen que ver con los hijos ni con el compartir, sino que más bien con que las prioridades de pareja de uno y de otro no calzan, y se produce un desenamoramiento que no afecta la vida familiar. Eso sí, la decisión de seguir viviendo juntos pese a estar separados no se toma de un día para otro, sino que responde a un proceso que viene de antes cuando la pareja ya ha separado camas hace mucho tiempo, y la convivencia se da en términos de que cada uno hace su vida independiente y se unen para compartir las tareas en torno a los niños y a la casa. "Sólo eso y nada más, o sea no conversan mucho de sus cosas, sólo son buenos amigos en el sentido de que se llevan bien en torno a las tareas de los niños, pero no comparten mucho lo que tiene que ver con los objetivos vitales". ¿Una buena medida? Sin duda que, aunque a ojos de otros parezca raro, debe haber muchas parejas a las que les acomoda el estilo de vida de "juntos, pero no revueltos". Sin embargo, no es una buena solución. "Yo encuentro que no es muy ventajoso porque efectivamente genera expectativas de reunificación por parte de los niños", "Tal vez durante un período de crianza de niños pequeños pueda justificarse, pero por un período de tiempo acotado". Otra situación en la que podría darse es cuando uno de los dos necesita un espacio "terapéutico", por ejemplo si está atravesando por una depresión grande y el otro actúa como un soporte. "Pero en ese caso igual es complicado porque se va perdiendo mucho la identidad del que, digamos, está como más minusválido". En este sentido, las pensiones compartidas son una buena opción, ya que el socializar y compartir en casas separadas funciona mejor. "He visto varios papás que están dedicados a compartir dos semanas con los niños y después se los pasan al otro, y es una buena manera de compartir la crianza y que cada uno siga haciendo su vida", afirma. Y las esperanzas de los hijos de que los padres vuelvan a estar juntos no es el único contra de este estilo de vida. También está el hecho de que cuando en la convivencia ha habido crisis, suele suceder que ninguno de los dos deja al otro rehacer su vida. "Esto genera un nivel de ironía y de sutilezas que no son tan fáciles de superar". Esta situación se traduce en que ambos miembros de la pareja finalmente dejen de lado la posibilidad de retomar sus vidas. Y no sólo eso. "Significa renunciar también a la opción de respetar la posibilidad de que el otro haga algo con su vida que no me guste, porque igual se producen sentimientos de pertenencia y de vigilancia de parte del que se siente 'engañado' a pesar de que estén separados". Asimismo, asuntos de la vida cotidiana pueden transformarse en una verdadera pesadilla, dificultando aún más la convivencia. "Cuando la dinámica se transforma en una recriminación permanente, se hace un verdadero tormento y es mucho más disfuncional para los hijos que los papás estén juntos llevándose mal a que se separen". "Es mejor definir algo de una vez, que estirarlo como chicle".


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