Hay personas que están enganchadas al amor. La dependencia emocional transforma el deseo en necesidad, y las relaciones de pareja se vuelven destructivas. El dependiente no nace, se hace, por lo que es una conducta que tiene solución. Amar no es sinónimo de sufrir. Aun siendo una afirmación obvia, hace falta recordarlo de vez en cuando. La búsqueda del amor es una de las necesidades básicas del ser humano; el afecto nos convierte en seres fuertes, pero si al alcanzarlo nos entregamos en exceso y no acertamos a delimitar los sentimientos, la pasión se puede convertir en veneno. “No puedo vivir sin ti”, “vivo por y para ti”, “sin ti no soy nada”... son frases que encierran mucho más que amor. Son un claro síntoma de que el deseo se ha convertido en necesidad, y amar en un tormento. Los dependientes emocionales albergan una gran carencia afectiva y por ello se anulan a sí mismos y, aun siendo conscientes de su infelicidad, se entregan completamente a relaciones de pareja destructivas. Es como si estuvieran enganchados al amor, como si fueran adictos al afecto. La psicología no clasifica la dependencia emocional como una patología, lo cual, dificulta la investigación, el conocimiento de un problema que es mucho más común de lo que se cree y la aplicación de un tratamiento adecuado. Es un trastorno de necesidad extrema de carácter afectivo. No obstante, actualmente existe un gran debate científico sobre el carácter de esta necesidad psicológica, y también hay quien comparte que la dependencia emocional no es una enfermedad. Diría que es, más bien, un detonante que provoca otras patologías como la ansiedad, depresión y otra serie de trastornos.
El dependiente emocional no nace, se hace; con lo cual, se puede evitar, o en su defecto, resolver satisfactoriamente.
Normalmente, el origen suele estar en la infancia.La mayoría de casos que recibo en consulta han experimentado historias de relaciones familiares perturbadoras, de carencia afectiva, inadaptación social, vivencias de rechazo en la familia e incluso de sobreprotección extrema. Haber vivido este tipo de situaciones durante los primeros años de vida provoca que se vaya fraguando una autoestima deficitaria que comienza a introducir una afectividad perturbada, es decir, una forma de querer patológica. No obstante, una persona puede llegar a ser dependiente emocional por diferentes y variadas causas: la personalidad de cada uno desempeña un papel importante en el desarrollo de esta necesidad, así como el proceso de socialización o, incluso, las situaciones traumáticas. Los diagnósticos de enfermedades graves, por ejemplo, pueden alterar la forma de relacionarse tanto a nivel de pareja como a nivel social. Así pues, nos podemos encontrar con una persona que ha llevado un tipo de vida y unas relaciones normales, con una personalidad no dependiente, pero que ante un evento traumático reacciona dando un giro de 180 grados en la forma de entender una relación, basándola, sin darse cuenta, en la dependencia. Por lo tanto, todos somos dependientes emocionales potenciales.
Existen una serie de conductas que se repiten en personas dependientes, y si las conocemos nos pueden servir a modo de aviso. La primera y principal señal es el miedo a la ruptura. Sin pareja se sienten abandonados, solos ante el peligro, como si no tuvieran la disposición necesaria para enfrentarse al mundo si no es en compañía de alguien del cual dependen. Y ese miedo conlleva otro patrón que también se repite, la tendencia a encadenar relaciones. Los dependientes emocionales suelen tener parejas desde la adolescencia, y si es posible intentan estar siempre con alguien. Después de una ruptura, vivida como un acontecimiento verdaderamente catastrófico, intentan reanudar la relación por muy nefasta que haya sido o bien buscan a otra persona que cubra su necesidad extrema de estar acompañados de alguien. El segundo indicador es la baja autoestima y el concepto negativo de sí mismo. La inseguridad, la culpabilidad o la percepción de que el origen de su conducta y comportamiento es externo a la propia persona, pueden hacer que sienta la necesidad de protección, ayuda y dependencia de otra persona.Además, suelen tener pocas competencias emocionales, tienen dificultades para expresar y regular sus sentimientos de manera apropiada, y les cuesta comprender las emociones propias y las de los demás. Todo ello propicia, inevitablemente, el establecimiento de un papel de sumisión en las relaciones. El proceso de subordinación se convierte en un círculo vicioso: la dependencia emocional provoca relaciones de pareja desequilibradas en las que se sufre mucho, y eso hace que el autoestima del dependiente se vaya minando, pero aunque se estén consumiendo prefieren ese tipo de relación a quedarse solos.
Es posible plantearse que la pareja también puede tener parte de culpa. Sin embargo,no se trata de buscar culpables, sino de identificar qué papel desempeña uno mismo en su dependencia.El dependiente, en cierto modo, hace sentir bien al protector, a la pareja. Siente que le cuida, que es importante para ella, que sin ella no sería nada... En definitiva, alimenta su ego. Con lo cual, normalmente el origen de la relación tóxica no suele estar en la pareja, es más, al dependiente le suele interesar un tipo de persona a su medida para que encaje en una relación de carácter dependiente. Suele buscar relaciones protectoras. Acostumbran a elegir una pareja más mayor, más madura, con una personalidad fuerte, que les de seguridad y tranquilidad.
Pero por mucho que adopten un papel de sumisión, las personas dependientes suelen manejar a su antojo a la pareja, ya que recurren a menudo al chantaje emocional. Es su única herramienta. Necesitan sentirse protegidos, y es el instrumento de manipulación que tienen más a mano. De hecho, los niños también lo hacen nada más nacer, juegan con las emociones. Cuando nuestro bebé requiere atención nos hace reír para que le cuidemos y estemos encima de él. Cuando una persona va creciendo puede adoptar estrategias más elaboradas, como hacerse la víctima o hacerse el desamparado.El problema es que estas conductas son dañinas, y nunca fomentan una relación en base al respeto, a los valores sanos. Normalmente utilizan estas técnicas de manipulación con su pareja, pero también lo pueden hacer con su gente cercana, puesto que la dependencia emocional no surge exclusivamente en el seno de una relación amorosa. Se da con menos frecuencia, pero hay relaciones entre amigos, e incluso entre padres e hijos que se convierten en destructivas. Hay muchos casos de madres y padres que generan dependencia emocional en sus hijos¿La razón? Resulta que uno se siente bien si su hijo depende de él. Se siente madre, o padre, un protector en definitiva, y resulta un papel interesante. No obstante, en realidad lo único que consigue es quitar autonomía al hijo.
Y con todo, no podemos dejar de sentir que la necesidad forma parte de la esencia humana. A pesar de que nos gustaría poder solos con todo, en el día a día comprobamos que no podemos, que necesitamos el apoyo de alguien. Queremos ser más autosuficientes pero siempre acabamos recurriendo a las personas que nos rodean, generalmente a la pareja. No debemos asustarnos por necesitar a las personas que tenemos alrededor. Sin embargo, una vez que aceptamos esta necesidad, no podemos refugiarnos en ella y convertirla en una dependencia. El catedrático de Metafísica en la Universidad Autónoma de Madrid y ex ministro de Educación, Ángel Gabilondo, explica la diferencia que hay entre necesitar y depender en el artículo Necesito de ti, publicado en la revista Psychologies : “Necesitar no es lo mismo que depender. Es más y menos a la vez. Quizás amar es precisar de alguien sin necesitarlo”. Al mismo tiempo, Gabilondo añade que “la obsesión de que necesitamos a alguien concreto para vivir, y reconocerlo, y decírselo, no es ningún signo de impresentable interés. Somos seres necesitados, y lo somos siempre”. Tanto es así que desde el momento en el que nace, el ser humano necesita de sus padres para alimentarse, aprender a hablar, a andar.
En todas las relaciones interpersonales hay un componente de codependencia importante. Si vamos a una isla desierta y nos quedamos solos empezaremos a tener síntomas de abstinencia tal como se producen en la dependencia emocional, aunque mucho más atenuados.Notaremos que las personas nos hacen falta, pero claro, hasta cierto punto.
¿Y dónde se encuentra ese límite entre la dependencia saludable y la tóxica? En los síntomas de adicción: la necesidad de estar cada vez más cerca de la otra persona y con más intensidad. La gente que toma alcohol, por ejemplo, para poder sentir lo que sentía antes con una copa ahora necesita tres. Algo parecido sucede con los dependientes emocionales. Cuando empiezan a estar bien con una pareja van estirando la cuerda, con el peligro de que sobrepase el límite. Un ejemplo muy claro de adicción a otra persona es vivir pendiente del teléfono móvil y en un constante mensajeo cuando no se está con ella. Cuando la dependencia emocional nos afecta a nivel social, laboral, personal o de salud, ya podemos decir que hemos cruzado la línea de la normalidad. En estos casos la tensión emocional acaba provocando actitudes de huida por parte de la pareja: empiezan a pasar más tiempo en el trabajo, con los amigos... y, simultáneamente, el dependiente se sume en una sensación de frustración. Lo cual le lleva directamente a la agresividad, tanto hacia dentro como hacia fuera. Puede que persiga y presione a su pareja, o que asuma conductas autodestructivas como comer en exceso, automedicarse, etcétera.
Aunque no haya ni datos ni estudios oficiales, hay más mujeres que hombres entre los dependientes emocionales. Dos de cada tres casos que recibo en consulta son mujeres. Este fenómeno se explica por una mezcla de factores culturales y biológicos. La mujer tiene más desarrollada la capacidad de establecer relaciones y vínculos afectivos que el hombre, con lo cual a los hombres les es más sencillo romper un lazo si no les gusta. Si a eso le añadimos el factor cultural, sobre todo en las culturas tradicionalmente machistas, entre las mujeres se acentúa más la predisposición a ser dependiente emocional. Un hombre dependiente no está bien visto. En cambio, una mujer dependiente es casi esperable, incluso deseable.
Para evitar caer en la adición al amor y tener que acudir, en última instancia, a un profesional, recomiendo centrarse en la prevención basada en cuatro puntos. El primero y crucial, es mejorar la autoestima: En la medida en que la relación de la persona consigo misma mejore, su necesidad afectiva disminuye. Esto es casi matemático. Hay que potenciar el diálogo interior, reducir la autocrítica destructiva, fomentar la valoración propia. El segundo, es mejorar las relaciones interpersonales, sobre todo, disminuyendo la necesidad de agradar, y en el caso de que haya un comportamiento hostil o de rechazo hacia los demás, promoviendo una mayor vinculación hacia ellos. Por otra parte, es esencial aprender a intervenir directamente en las relaciones de pareja, evaluando si esta es agradable o enfermiza. Si resulta así, debería aprender a poner en marcha mecanismos para solucionarla o romperla. Por último, es fundamental interiorizar pautas para preparar futuras relaciones sanas: Hemos de tener muy clara la idea de equilibrio entre las dos personas.Es posible aprender a querer sin que el amor haga daño.
¿Y si la naturaleza reforzara la dependencia emocional? La oxitocina, conocida como molécula del amor u hormona del apego, está relacionada con la creación de relaciones de confianza entre personas. Esta hormona produce un vínculo psicológico entre dos personas, especialmente cuando están enamoradas o cuando una madre da a luz su bebé e incluso durante la lactancia. El organismo segrega oxitocina tras el orgasmo y durante el parto, bloqueando el estrés y creando una poderosa relación de confianza.
Según el estudio publicado en la revista Nature en 2005 por el doctor Ernest Fehr de la Universidad de Zúrich, las personas con niveles elevados de oxitocina en la sangre mejoran su capacidad para confiar en otros. Probablemente las personas con dependencia emocional tengan determinadas disfunciones o anomalías en su sistema endocrino o en su sistema nervioso central. Sinceramente, se desconoce qué tipo de peculiaridades se dan, porque la dependencia emocional no está reconocida como una patología oficial, se investiga poco y puede que haya un trastorno de oxitocina y ello lleve a la persona a buscar más apego. Pero eso solo explicaría parcialmente las razones de su dependencia emocional.
La reacción de los cuatro empleados convertidos en rehenes durante el robo del Kreditbanken de Norrmalms (Estocolmo) en 1973 dio nombre a este síndrome. En los seis días que duró el cautiverio en la sucursal bancaria de la capital sueca, los rehenes (tres mujeres y un hombre) establecieron un vínculo especial con los captores: en el rescate defendieron a los delincuentes y no quisieron testificar en su contra ante el procedimiento legal. El psiquiatra y criminólogo sueco Nils Bejerot acuñó entonces el término síndrome de Estocolmo .
Es una situación estresante en el que tienes un único referente, la fuente de tus problemas es, al mismo tiempo, lo único estable que posees. Y el ser humano necesita estabilidad para poder vivir con cierta calma. Por ello, en esas situaciones surge una relación psicológica extraña donde se genera la dependencia hacia el secuestrador o maltratador. De hecho, lo primero que hace un maltratador es aislarte de tu entorno para que sólo lo tengas a él como referente. Entonces, te centras en esa única fuente para que pase no a crear dolor, sino seguridadexplica. El síndrome de Estocolmo es una reacción adaptativa normal y esperable, el paradigma extremo de la dependencia emocional.
Comentarios